Iniciamos un ciclo de tres posts en el que hoy abordaremos los fenómenos de posesión y los exorcismos, la semana que viene haremos una aproximación a la figura del maligno en el NT y, finalmente, dentro de dos semanas, nos acercaremos a los exorcismos que Jesús protagonizó según los evangelios.

(Aprovecho para recordaros que todos estos posts son selecciones extraídas del trabajo de análisis histórica que confeccioné antes de escribir la novela).

       Un fenómeno de posesión, desde un punto de vista psiquiátrico, es un trastorno disociativo de la conciencia de una persona (o un grupo) en el que se produce una personalidad alternativa, la cual manifiesta una serie de signos –como la aversión a símbolos religiosos, contorsiones musculares, cambios en el lenguaje o incluso el tono de voz,...–, que no se dan en el estado ‘normal’ de esa persona. Las posesiones han sido y son un fenómeno propio de muchas culturas, especialmente cuando se rompe el equilibrio tradicional en una comunidad, familia o individuo; es decir, cuando su existencia se ve gravemente perturbada. El poseído expresará así – con la posesión –, una agresión, una represión o una contradicción que está sufriendo, como una forma de denunciarla o como una válvula de escape ante un problema que le es imposible de gestionar o resolver. En el origen pues, de la posesión, podría encontrarse un problema psicológico grave que el individuo no puede superar y que le produce lo que en medicina se conoce como trastornos de conversión o somatización. Para el teólogo Warren Carter, “estudios realizados sobre contextos opresores e imperiales, muestran en estos importantes incrementos de la incidencia de enfermedades psicosomáticas y de conductas atribuibles a una posesión demoníaca."

Pero un exorcismo debe entenderse también dentro de una patología de grupo, inducida, a menudo involuntariamente, por este grupo, que crea un contexto facilitador, que sirve también de precalentamiento para que la víctima exteriorice esa ‘conciencia alternativa’. Esta patología de grupo vendría conformada por una estructura triangular, en la que se encuentra a menudo: un entorno familiar, habitualmente religioso, y víctimas que pueden ser jóvenes sumisos/as de unos padres o tutores autoritarios y posesivos. El otro rol lo desarrolla el exorcista, quien posee unas creencias firmes en lo que hace, y cuya acción viene a cerrar este triángulo en el que la víctima se encuentra en medio. Las víctimas pueden servirse de este contexto para desahogarse de determinadas represiones o frustraciones que en la vida real no encuentran otra válvula de escape.

Aunque los exorcismos de Jesús tienen siempre efecto inmediato, algunos exorcismos realizados en la actualidad pueden prolongarse durante varios meses o incluso años sin resultados, lo que no hace sino alargar la situación y exacerbar un círculo vicioso del que cada vez es más difícil que la víctima pueda salir. Sobre todo cuando una persona del grupo induce unos esquemas de comportamiento que hacen sobreactuar a la víctima, y más se realimenta entonces esa actitud negativa.

          Jesús, como relatan los evangelios, actuó como exorcista en numerosas ocasiones. La mayoría de investigadores acepta este hecho como verídico y lo distingue por ejemplo, de Juan el Bautista o de otros predicadores. Josefo también lo confirma. Sin embargo, Jesús no es único en esa función y en el NT se da a entender que algunos fariseos y sacerdotes también lo hacían, así como otra gente. E históricamente, hay otros casos, como el del pagano Apolonio de Tiana.

Un saludo,

Jon C.