La Mujer en el Judaísmo del s.I (II)

"Como todos los días le asediaba con sus palabras y le importunaba, aburrido de la vida, le abrió todo su corazón y le dijo: «La navaja no ha pasado jamás por mi cabeza, porque soy nazir de Dios desde el vientre de mi madre. Si me rasuraran, mi fuerza se retiraría de mí, me debilitaría y sería como un hombre cualquiera.» Dalila comprendió entonces que le había abierto todo su corazón, mandó llamar a los tiranos de los filisteos y les dijo: «Venid esta vez, pues me ha abierto todo su corazón.» Y los tiranos de los filisteos vinieron donde ella con el dinero en la mano. Ella hizo dormir a Sansón sobre sus rodillas y llamó a un hombre que le cortó las siete trenzas de su cabeza. Entonces ella comenzó a humillarlo, y se retiró de él su vigor. Ella gritó: «Los filisteos contra ti, Sansón.» El se despertó de su sueño y se dijo: «Saldré como las otras veces y me desembarazaré.» No sabía que Yahveh se había apartado de él." (Jue 16, 16-20)

 

 

'Sansón y Dalila', obra barroca del pintor holandés Pier Paul Rubens (c.1610). Sansón, juez de Israel, se enamoró de la filistea Dalila, quien urdió un engaño para descubrir el secreto de su fuerza. Sansón era nazir, consagrado a Dios, y como tal, no se cortaba el pelo. Tras yacer y caer dormido en los brazos de Dalila, esta llamó a un siervo, quien cortó las trenzas al israelita, mientras los soldados aguardaban fuera. Dalila mantiene ciertas conexiones con Eva, en ambos casos es la mujer quien tienta al hombre y este pierde el favor de Dios. (National Galley, Londres)

         Continuamos hoy con el post de la semana pasada sobre la situación social de la mujer en las sociedades mediterráneas de la antigüedad, y en particular en el judaísmo del primer siglo.

 

       Respecto a la ley judía, la mujer se encontraba en una situación de inferioridad. Así, las mujeres no estudiaban a fondo las leyes de Moisés, no era necesario que viajaran a Jerusalén para asistir a las principales festividades, y en las sinagogas no necesitaban recitar en común las oraciones diarias, como el shemá. Como norma, no podían actuar como testigos, aunque algunos rabinos podían aceptar su testimonio, que tendría más valor que el de un pagano o un esclavo. Al respecto, debe precisarse que las mujeres sí podían acudir a las sinagogas (en virtud de Deut 31,12), aunque tal vez hacia finales s.I o inicios s.II se empezó a ubicarlas ya en un espacio separado de los hombres, con el ‘único privilegio’ de poder leer el libro de Ester en la fiesta de Purim. (Ello implica que, al menos algunas mujeres, habrían aprendido a leer).     

     

        A diferencia del derecho romano, según la ley judía la mujer no podía iniciar el proceso de divorcio, sobre la base de Deut 24,1-4 solo el marido podía hacerlo. Así, la mujer que deseaba volver a casarse necesitaba un libelo de repudio de su anterior marido. El libelo de repudio era un documento en el que el marido le reconocía que era libre para casarse de nuevo, así como la devolución de su dote. Aunque la poligamia era legal (Ex 21,10), y además algunos patriarcas la practicaron, era poco frecuente, y solía estar reservada a la gente de clase elevada. Lo ideal era que hombre y mujer se casasen para toda la vida. La impureza temporal aunque cíclica que ocasionaban por ejemplo, los ciclos menstruales era uno de los elementos que hacía a las mujeres aún más vulnerables respecto al hombre (Lev. 12). Aunque esto no era exclusivo del judaísmo, pues opiniones negativas sobre este aspecto de la mujer se encuentran, por ejemplo, en escritores de la sociedad grecorromana, siendo un ejemplo Plinio el Viejo (s.I), quien consideraba que “no se podría encontrar nada más maléfico que el flujo de las mujeres” (Historia natural, VII, 64). La condición de las repudiadas y de las viudas podía ser un serio agravante a su situación socio-económica y favorecer un estado de marginación social.

 

        La mujer, si su familia disponía de recursos, podía participar de votos religiosos como los hombres (Núm 30), como es el caso del voto de nazireato (como Sansón), y podían llevar también las filacterias (tiras que se llevaban alrededor del brazo izquierdo o de la frente y de las que colgaba una cajita que contenía un fragmento escrito de la Torá: la ley debía llevarse escrita en el corazón y en la cabeza, Ex 13,9; Dt 6,6-8, y algunos lo interpretaban literalmente). A nivel religioso, sin embargo, existían sacerdotisas en el mundo pagano (algunas de las cuales, quizás pudieran ser influyentes), a diferencia del judaísmo.

 

       La teóloga Margaret MacDonald afirma que “la mujer romana era más visible en público, tenía mayor libertad de movimiento y ejercía una influencia mayor en la esfera más pública de todas, en el mundo de la política.” Aunque admite que tales actividades eran, como señala Jane Gardner, “con frecuencia más formales que reales”. Y ella misma afirma que “por más que algunas tuvieran éxito y pudieran penetrar en la esfera pública, dentro de la sociedad grecorromana, las mujeres seguían estando sometidas a un sistema de símbolos que las asociaba con el hogar y que tendía a impedir sus actividades (públicas).” 

 

'Yael mata a Sísara', obra barroca de la pintora italiana Artemisa Gentileschi (1620). El ejército cananeo comandado por Sísara es derrotado por las fuerzas israelitas, tal y como anunció la profetisa y juez Débora, y solo el general consigue huir. Se refugia en una tienda, alentado por Yael, mujer casada con un quenita. Tras dormirse, exhausto, ella le hunde un clavo en la sien con un martillo y lo mata. Como profetizó Débora, una mujer dará muerte al general (Jue 5,9). El cántico de Débora recoge también este pasaje (Gen 5,24-27). (Museo de Bellas Artes, Budapest)

       También el arqueólogo cántabro J. González Echegaray explicaba que “aunque la matrona romana llevaba una vida social e incluso asistía a los espectáculos públicos,(...) no se la consideraba como un verdadero ciudadano que pudiera tomar parte directa en la vida política(...). Sin embargo, disfrutaba del derecho a la propiedad y podía estar al frente de un negocio con todos los derechos y responsabilidades.”

       En las últimas décadas el rol de la mujer judía en la sociedad antigua está sometido a cierta revisión, pues podría ser mayor de lo que se pensaba, aunque su situación siga siendo de inferioridad. La base de esta revisión se encuentra en que la mayor parte de fuentes judías de la época proceden del rabinismo, pero entre los rabinos había diversidad de interpretaciones; además, las comunidades de la diáspora tenían características distintivas. Y la información que procede de fuentes cristianas no tuvo interés en mostrar la importancia del rol de la mujer en las primeras comunidades, probablemente mayor del que reflejaban.

 

'Rebeca y Eliezer' (1652), obra barroca del pintor andaluz Bartomé Esteban Murillo. El sirviente más viejo de Abrahán acude a la fuente de Aram, la patria de su amo, buscando esposa para el hijo de este, Isaac, y prometiendo que no será una mujer cananea. El sirviente acuerda con Yahvé que aquella a quien él pida agua del pozo y de también de beber a sus camellos, será la elegida. Entre todas las mujeres, es Rebeca, mujer bella y virgen, la que se ofrece (Gen 24). Nótese el vestido de las mujeres, más propio del ambiente andalusí de la época, y la poca importancia que el pintor concede al sirviente, a quien retrató de espaldas. (Museo del Prado, Madrid).

Destaca el papel de Beruria (s.II) – hija única de un rabino que recibió formación de su padre al no tener este ningún varón –, Rufina o Theopempte, mujeres al cargo de una sinagoga, y el más llamativo caso de la reina Salomé Alejandra (s.I a.e.c.), quien sucedió a su marido en el trono y gobernó sabiamente durante casi una década.

 

Vista ahora, a nivel general, cual era la situación de la mujer en el judaísmo del s.I, la semana que viene abordaremos ya la actitud de Jesús hacia la mujer.

 

Un saludo,

Jon C.


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