Jesús y la Mujer

"Y una mujer que llevaba doce años con un derrame de sangre, y que sufría mucho por obra de muchos médicos y que gastaba todo lo suyo y en nada le ayudaba, sino que iba a peor, al oír de Jesús, marchó en la muchedumbre por detrás y le tocó el manto; pues dijo: 'Si llego a tocar aunque sean sus ropas, me salvaré'. Y al instante se secó la fuente de sangre y supo en su cuerpo que ya estaba curada de su tormento. Y al instante, Jesús reconociendo en sí mismo que su fuerza salía, volviéndose hacia la multitud decía: '¿Quién me tocó los vestidos?' Y le decían sus discípulos: '¿Miras a la multitud que te apretuja y dices: 'Quién me tocó?". Y miraba alrededor para ver a la que había hecho eso. Pero la mujer, atemorizada y temblorosa, sabedora de lo que había ocurrido, fue y cayó ante él y le dijo toda la verdad. Pero él le dijo: 'Hija, tu confianza ha hecho que estés salvada; márchate en paz y queda curada de tu tormento'." (Mc 5,25-34).

'Curación de la hemorroísa' (ss.II-III), pintura paleocristiana en la catacumba de Marcelino y Pedro (antigua Via Labicana, sudeste Roma).

 

       Hemos hablado de la situación social de la mujer en el judaísmo del s.I. Veamos ahora la relación de Jesús de Nazaret con la mujer, partiendo de ese mismo trasfondo histórico así como de los datos que aportan los evangelios. Antes de extraer cualquier conclusión, repasemos algunos de los casos en que Jesús se encuentra con mujeres y qué actitud adopta, así como algunas de sus parábolas relacionadas con el sexo femenino.

 

      Tomemos tres pasajes evangélicos que aluden a la compasión de Jesús hacia la mujer, por ejemplo, el óbolo de la viuda (Mc 12,41-44 y par.), la curación de la hemorroísa (Mc 5,25-35 y par.) o la mujer adúltera que espera ser lapidada (Jn 7,53-8,11):

 

       En el primer texto, Jesús alaba la actitud de una mujer viuda que hace una donación muy modesta para los pobres en el templo de Jerusalén. Jesús ensalza su donación, porque sabe de su pobreza, dada la pésima situación económica en que se encontraban las viudas. El buen trato a la viuda estaba ya prescrito en la Torá (Ex 22,21-23: “No vejarás a viuda ni a huérfano...” y también aluden a ello el Salmo 68,6 o Is 1,23), por eso, el comentario de Jesús está en línea con la ley judía (como de costumbre). Sin embargo, Jesús no da un paso más allá. No sé ve que ayude o mande a los suyos ayudar a la mujer de algún modo, lo que sí supondría un giro claro de aproximación especial hacia las mujeres más desvalidas.

 

       En el segundo texto, donde una mujer toca el vestido de Jesús y es sanada de su dolencia, es la mujer la que toma la iniciativa y toca a Jesús esperando la sanación. Pero Jesús no toma parte activa, es decir no se acerca a ella como hace en otros casos de sanación (Mc 3,1-6 y par.; Lc 14,1-6). Y, aunque no le recrimina que le haya tocado (pues podía dejarlo impuro temporalmente), tampoco la toca (para no contaminarse directamente), y se limita a decir, como en otros casos “tu fe te ha salvado” (Mc 10,52). No se ve en ello un acto especial en favor de la mujer ni de la igualdad de sexos. Si el que le hubiese tocado hubiera sido un varón enfermo o un varón ciego, no parece que la actitud de Jesús hubiese sido distinta.

 

       En cuanto a la mujer adúltera, este es un relato exclusivo de Juan (desconocido por los sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas) y, además, es considerado una interpolación tardía, incluso por el reputado teólogo católico Raymond E. Brown. La razón es que no se encuentra en los primitivos papiros P46 ni P75 (s.II-III), y la primera vez que aparece lo hace en papiros de finales s.IV- inicios s.V, que pertenecen al códice Baeza, pero no al texto alejandrino, considerado el más antiguo y el normalmente utilizado. El pasaje de la adúltera se ha encontrado en algún manuscrito lucano y algunos autores lo sitúan allí, después de Lc 21,38. Se ha sugerido que la historia de la adúltera podía ser antigua, pues Papías de Hierápolis (69?-150?) refería un relato de Jesús “sobre una mujer expuesta ante el Señor con muchos pecados, el cual se halla en el Evangelio de los Hebreos.” Sin embargo, del evangelio de los Hebreos, de autor desconocido y redactado en griego hacia mediados del s.II, no quedan sino unas pocas citas de padres de la Iglesia que no se relacionan con el caso. En definitiva, no hay pruebas de que el episodio de la adúltera sea atribuible al Jesús histórico.

 

       Otro punto esencial en la predicación de Jesús es el uso de parábolas. Existen cuatro parábolas en los evangelios sinópticos que tienen un protagonismo femenino: la parábola de la levadura; la mujer y la dracma (perdida); el juez (injusto) y la viuda, y las diez vírgenes. J. R. Esquinas las ha estudiado desde la perspectiva del estudio de género, dentro del campo de la antropología cultural; pues, según este autor, “la utilización de elementos cotidianos permite abordar el estudio de género y penetrar en los componentes sexistas de las parábolas, [siendo] el ejercicio de la autoridad, el rol clave donde se evidencia ese sexismo”.

 

'La mujer y la dracma perdida' (c.1890), obra del pintor francés James Tissot, una obra que se caracteriza por su notable realismo, a diferencia de muchas obras que hemos visto del Renacimiento, donde los decorados o las ropas están descontextualizados.

 

       A modo de ejemplo, en la parábola de la mujer y la dracma, la mujer está en su espacio (la casa) y comparte su alegría con otras mujeres, no varones. Según Esquinas, lo que puede verse es que “en ninguna de las parábolas aparecen mujeres que ejerzan autoridad sobre el varón, es más, no existe parábola en que la mujer ejerza autoridad sobre nadie.” Ni siquiera en la parábola del juez injusto, donde la mujer es identificada como una viuda – persona socialmente muy desamparada en la sociedad –, ello se hace buscando el contraste con el juez – un reputado varón –, que es quien ostenta la autoridad. Si una mujer viuda hubiera agredido físicamente al juez eso supondría una mancha en el honor de este, y por ello actúa el hombre, movido para evitarla. Como concluye el autor, siguiendo el criterio de coherencia, Jesús expresó sus principales ideas característicamente en parábolas, y es mejor aceptar que Jesús compartía la visión de la mujer que él mismo describía en ellas. Si Jesús hubiera defendido una condición igualitaria de la mujer se habría visto en alguna de sus parábolas, o bien en los intentos de los evangelistas por matizar una supuesta actitud rupturista en ellas, como ya hicieron en otros casos, por ejemplo en las leyes de pureza de los alimentos (Mc 7,18-20) o sobre la no predicación a los paganos (Mt 10,5-6 comparar con Mt 28,19-20).

 

Una lectura de estos pasajes refleja que el punto de vista de Jesús se encuentra en sintonía con el judaísmo de su época, una sociedad patriarcal de la cual él procede. Jesús no fue un liberador de la mujer, ni un defensor de la igualdad de géneros, sino un judío del s.I, respetuoso y fiel seguidor de la ley judía. Y aunque su actitud hacia la mujer fue más benevolente que la de otros rabinos contemporáneos suyos – de quienes sabemos por la mishná –, y en ello puede jugar un papel importante el hecho que Jesús fuera Galileo, pues en esa tierra, a diferencia de Judea, las mujeres tenían, como vimos, más libertad, Jesús no fue tampoco un ‘feminista’.

 

'La vírgenes sabias y las vírgenes necias' [Las diez vírgenes] (1838-42), obra del pintor romántico alemán Friedrich Wilhelm von Schadow (Städel Museum, Frankfurt). Un Jesús sensual aparece como el novio que regresa de improviso. Cinco de las prometidas, prudentes, le aguardan con aceite en sus lámparas, mientras las otras cinco, no y no consiguen participar del novio (=el Reino de Dios).

 

Un ejemplo más: en el caso del repudio (divorcio) que algunos hombres practicaban sin razones coherentes – el rabbí Hillel daba razones para el divorcio como el hecho de que la mujer cocinara mal algunas veces –, la mujer quedaba también en una situación económica y social vulnerable. Jesús condenó esos repudios: tanto si eran llevado a cabo por hombres como por mujeres. Pero esa era una línea ya practicaba por el rabbí Shammai, que Jesús decidió seguir. Aún y así, Jesús sí permitió el divorcio en un caso: cuando la mujer cometía fornicación (Mt 5,32); pero no expuso lo contrario, es decir, en el caso de que fuera el hombre quien lo cometiera.

 

Continuamos la semana que viene, donde hablaremos también sobre la existencia o no de discipulado femenino.

 

Un saludo,

Jon C.


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