La Mujer en la Antigüedad - Conclusiones

'Retrato de una joven escritora'. Para algunos este podría ser el retrato de Safo de Mitilene (o Safo de Lesbos), una poetisa griega del s.VI a.e.c. de rango noble, y una de las pocas mujeres de la antigüedad que consiguió trascender por su obra. (Pintura encontrada en Pompeia, ciudad destruida por la erupción del volcán Vesubio en el año 79).

 

       Concluimos hoy esta serie de cinco posts donde hemos abordado el rol de la mujer desde tres campos distintos: en el judaísmo antiguo, en su relación con Jesús de Nazaret y, finalmente, en el cristianismo primitivo. Señalamos hoy las principales conclusiones de cada tema y una conclusión final:

      

             1)        La mujer en el judaísmo antiguo

 

       El judaísmo forma parte de las sociedades mediterráneas de la antigüedad (Roma, Grecia,…), esto es, una sociedad patriarcal, estructurada alrededor del paterfamilias – el varón de mayor edad de un grupo familiar que incluía a todas las familias de todos los hijos varones de un matrimonio –. La situación general de la mujer era de subordinación al varón: ya fuese este el padre – o hermano varón de mayor edad en su defecto – y, tras consumarse el matrimonio, el marido. La edad normal de los esponsales se encontraba entre los doce y trece años, y la mujer no tenía derecho a rehusar un matrimonio impuesto por su padre o tutor. El ámbito de la mujer era lo privado (el hogar) mientras que el del hombre era lo público (mercado, comercio, reuniones,...). Su formación intelectual era, como norma, débil; aunque esto podría vincularse a su nivel socio-económico.

 

       Respecto a la ley judía, la mujer se encontraba en una situación de inferioridad. Así, las mujeres no estudiaban a fondo las leyes de Moisés, no era necesario que viajaran a Jerusalén para asistir a las principales festividades, y en las sinagogas no necesitaban recitar en común las oraciones diarias, como el shemá. Como norma, no podían actuar como testigos, aunque algunos rabinos podían aceptar su testimonio, que tendría más valor que el de un pagano o un esclavo. Al respecto, debe precisarse que las mujeres sí podían acudir a las sinagogas (en virtud de Deut 31,12), aunque tal vez hacia finales s.I o inicios s.II se empezó a ubicarlas ya en un espacio separado de los hombres, con el ‘único privilegio’ de poder leer el libro de Ester en la fiesta de Purim. (Ello implica que, al menos algunas mujeres, habrían aprendido a leer).  A diferencia del derecho romano, según la ley judía la mujer no podía iniciar el proceso de divorcio, sobre la base de Deut 24,1-4 solo el marido podía hacerlo. Así, la mujer que deseaba volver a casarse necesitaba un libelo de repudio de su anterior marido. La condición de las repudiadas (divorciadas) y de las viudas podía ser un serio agravante a su situación socio-económica y favorecer un estado de marginación social. Jesús puede hacerse eco de ello en el episodio conocido como el óbolo de la viuda (Mc 12,41-44; Lc 21,1-4) y en la parábola de la viuda y el juez (Lc 18,1-8).

 

       En las últimas décadas el rol de la mujer judía en la sociedad antigua está sometido a cierta revisión, pues podría ser mayor de lo que se pensaba, aunque su situación siga siendo de inferioridad. La base de esta revisión se encuentra en que la mayor parte de fuentes judías de la época proceden del rabinismo, pero entre los rabinos había diversidad de interpretaciones; además, las comunidades de la diáspora tenían características distintivas. Y la información que procede de fuentes cristianas no tuvo interés en mostrar la importancia del rol de la mujer en las primeras comunidades, probablemente mayor del que reflejaban.

 

'Cristo en casa de Marta y María', obra barroca del pintor sevillano Diego de Velázquez (1618). El autor muestra la escena principal (que recoge un pasaje exclusivo de Lucas: Lc 10,38-42) en un segundo plano: Cristo instruyendo a María, postrada a sus pies, mientras la hermana de esta, Marta, la recrimina por no ayudarla a servir la comida. El primer plano podría mostrar una escena cotidiana paralela, en la que una mujer mayor (muy parecida a Marta) indica igualmente a la cocinera que se ocupe de su labor. Sin embargo, existen distintas interpretaciones. El ámbito de la mujer era la casa, lo privado. (National Gallery, Londres).

 

              2)        Jesús de Nazaret y la mujer

 

       Analizamos tres pasajes evangélicos que aludían a la compasión de Jesús hacia la mujer, por ejemplo, el óbolo de la viuda (Mc 12,41-44 y par.), la curación de la hemorroísa (Mc 5,25-35 y par.) o la mujer adúltera que espera ser lapidada (Jn 7,53-8,11), y vimos que, en el primero, el comentario de Jesús estaba en línea con la ley judía (como de costumbre), aunque no se vio que ayudara o mandara a los suyos ayudar a la mujer de algún modo, lo que sí supondría un giro claro de aproximación especial hacia las mujeres más desvalidas. En el segundo texto, no se ve ningún acto especial en favor de la mujer ni de la igualdad de sexos. Si el que le hubiese tocado hubiera sido un varón enfermo o un varón ciego, no parece que la actitud de Jesús hubiese sido distinta. En cuanto a la mujer adúltera es un relato exclusivo de Juan que es considerado una interpolación tardía, siendo la razón el que no se encuentre en los primitivos papiros P46 ni P75 (s.II-III), y la primera vez que aparece lo haga en papiros de finales s.IV- inicios s.V, que pertenecen al códice Baeza, pero no al texto alejandrino, considerado el más antiguo y el normalmente utilizado. En definitiva, no hay pruebas de que el episodio de la adúltera sea atribuible al Jesús histórico.

 

       Otro punto esencial en la predicación de Jesús es el uso de parábolas. Existen cuatro parábolas en los evangelios sinópticos que tienen un protagonismo femenino: la parábola de la levadura; la mujer y la dracma (perdida); el juez (injusto) y la viuda, y las diez vírgenes. Una lectura de estos pasajes refleja que el punto de vista de Jesús se encuentra en sintonía con el judaísmo de su época. Jesús no fue un liberador de la mujer, ni un defensor de la igualdad de géneros, sino un judío del s.I, respetuoso y fiel seguidor de la ley judía. Y aunque su actitud hacia la mujer fue más benevolente que la de otros rabinos contemporáneos suyos – de quienes sabemos por la mishná –, y en ello puede jugar un papel importante el hecho que Jesús fuera Galileo, pues en esa tierra, a diferencia de Judea, las mujeres tenían, como vimos, más libertad, Jesús no fue tampoco un ‘feminista’.

 

       De todo ello (y sintetizando mucho), es razonable pensar que si Jesús actuó así lo hizo por dos razones posibles (que podrían o no sumarse): en primer lugar, que no hubo realmente por parte del Nazareno una intención clara de mejorar el estatus social de la mujer y por eso los evangelistas no lo retrataron, (hipótesis que ya hemos dicho que apoyamos). Pero también, y en segundo lugar, que el contexto patriarcal de los evangelistas pudo impedir retroproyectar ese aspecto, a pesar de que los evangelistas habían retroproyectado otros (el rol negativo de los fariseos, los falsos mesías que iban a llegar, las futuras persecuciones de cristianos en las sinagogas,…). Esta segunda hipótesis nos parece más difícil a tenor de todo lo dicho con anterioridad.

 

       Sobre el discipulado femenino, y como resume Mercedes Navarro “los evangelios canónicos no narran ninguna llamada a ninguna mujer.” Esta autora prefiere distinguir entre un discipulado vertical (maestro-discípulo), representado por ‘los Doce’, y un discipulado circular, más abierto y libre en la entrada y la salida, que sería el formado por el grupo de seguimiento de Jesús. Estrictamente, pues, las mujeres que acompañaron a Jesús lo hicieron en un sentido de seguimiento y de logística, pero no ejercieron un rol de discípulas y, mucho menos, de misioneras. E.P. Sanders considera que, a lo sumo, podían acompañar al grupo en las peregrinaciones a Jerusalén – lo que era socialmente aceptable –, o en alguna ocasión puntual en Galilea, pues un seguimiento femenino más continuo hubiera generado críticas que es difícil que los evangelios no hubieran recogido, en especial cuando sí recogieron otras críticas.

 

'Cubiculo de la mujer velada'. Fresco. Existen distintas interpretaciones. Una de ellas sostiene que el personaje del centro es una mujer que ejercería su rol de sacerdocio, mientras otras sostienen que representa el alma de la difunta que asciende al cielo mientras que los personajes de la izquierda la están velando en su funeral. Ya comentamos que Pablo señaló que algunas mujeres predicaban la palabra del señor como él o junto a él, entre ellas Febe, diaconisa de la comunidad de Cencreas (Corinto). (Catacumba de Santa Priscila, Via salaria, al este de Roma).

 

 

            3)     La mujer en el cristianismo primitivo (ss.I-IV)

 

 

 

 

      Tras la muerte de Jesús, y progresivamente, se producirá una revalorización del estatus de la mujer. Ello no proviene sin embargo del Jesús histórico ni de indicaciones que este hubiera dado, y no hay fuentes que así lo muestren; sino que proviene en gran parte de las ventajas sociales para la mujer que el desarrollo de este cristianismo más primitivo produjo en la sociedad de esa época. A favor de ello jugaron elementos como: a) la celebración de las primeras reuniones cristianas en casas privadas, hoy conocidas como domus ecclesiae (Hch 12,12-17; 16,15; Rom 16,5; 1 Cor 16,19; Flm 2), donde ellas podrían destacar socialmente, ejerciendo su rol de matronas; b) Su labor de difusión del evangelio, donde efectivamente, sabemos que Pablo tuvo mujeres que lo acompañaron como misioneras y predicadoras (Rom 16,1-2.12; 1 Cor 11,5,...), y también de la existencia de mártires femeninas; c) Las distintas comunidades cristianas fueron influenciadas por los modos de vida helenístico-romanos. La prueba de ello es la importancia de la mujer en otros ambientes –religiosos o filosóficos– desarrollados con el helenismo; d) La atracción de las mujeres hacia el cristianismo primitivo no sería, como a menudo se ha manifestado, por un pretendido igualitarismo de género, sino por motivaciones sociales; pues ofrecía a la mujer un marco más propicio para su crecimiento personal en sociedad y no solo en el ámbito privado. Al respecto, en su estudio sobre el auge del cristianismo primitivo, el sociólogo estadounidense Rodney Stark destacaba que las mujeres se sintieron atraídas por el cristianismo porque tenían un mayor estatus en círculos cristianos que en cualquier otro lugar del mundo clásico –a pesar de excepciones puntuales, como Egipto o Esparta–, y señalaba un conjunto de razones que ya vimos.

 

 

 

       Igualmente, creemos, debe señalarse que si desde mediados del s.I hasta finales s.III-inicios s.IV el rol de la mujer fue cobrando auge en la Iglesia primitiva, resulta significativo que, en el contexto histórico en el que se escribieron los evangelios canónicos (último tercio del s.I), y en el que sabemos que muchas veces los evangelistas hicieron retroproyecciones de su propia situación a la época de Jesús, no existiera un apoyo claro del Nazareno hacia la figura femenina. Incluso a pesar de la influencia paulina sobre los evangelios canónicos, dado que Pablo suele ser favorable a la mujer (Gal 3,28); pues sabemos por sus propias palabras que, entre sus colaboradores, tenía a mujeres que predicaban (Rom 16, 1 Cor 11,5).

 

 

 

       A mediados del s.II, también encontramos apócrifos que dan relevancia al papel femenino, como son pasajes en el evangelio de Felipe (EvF 32,55b,...) o en el de María (pp. 11 y 18 del manuscrito), aunque haya otros evangelios apócrifos que muestren una actitud opuesta a la mujer, como el de Tomás (EvT 114). Posteriormente, hacia inicios s.IV, esa importancia irá decayendo progresivamente cuando la función de la domus ecclesiae en la comunidad cristiana, sea progresivamente sustituida por la creación de iglesias (basílicas), perdiendo aquella el rol que había ganado desde los inicios del cristianismo (no con Jesús). Parece entonces factible, aceptar que la Iglesia fue contrarrestando, disminuyendo y finalmente anulando el importante rol que la mujer había tenido en las comunidades cristianas de los primeros siglos, incluyendo la predicación (según se estima, por ejemplo, de Pablo: Flp 4,2-3; 1 Cor 11,5), o el sacerdocio.

 

 

 

      Conclusión final:

 

 

 

      Como han denunciado algunas teólogas, a veces se ha oscurecido el rol de la mujer en el judaísmo, para subrayar el papel de Jesús como liberador, pero tal liberación no se produjo en un sentido moderno del término. Al respecto, la teóloga judía Judtih Plaskow explica: “la imagen radical de Jesús tal como la presentan las feministas cristianas descansa en una descripción extremadamente negativa del medio judío, pues la única forma de presentarle como un radical – es decir, como alguien que rechaza la tradición – es mostrar esa tradición de una forma tan negativa como sea posible.” Jesús sigue siempre la ley judía. Y como se puede ver, la Torá (los primeros cinco libros del AT), no se posiciona a favor de la igualdad de sexos sino lo contrario, pues esas leyes son reflejo directo de una época y una sociedad patriarcal (por ej.: Lev 12,1-5; Deut 21,10-15;  22,13-21; o Ex 20,17, donde incluso uno de los diez mandamientos considera a la mujer una propiedad del hombre). Por eso, ir más allá y decir que Jesús pretendía crear una sociedad igualitaria de géneros, sería trascender el significado de aquello que los textos relatan. Así lo refleja también la opinión de estudiosos como Corley, Esquinas, Sanders, Piñero o Saban. Lamentablemente, no podemos afirmar, como pretende Schüssler-Fiorenza que “la liberación respecto a las estructuras patriarcales fuese un objetivo de Jesús.” En el horizonte de Jesús estaba la llegada del Reino y no una revolución social igualitaria en un sentido moderno. Cuando las mujeres consigan la plena igualdad será en base a su propio esfuerzo y tesón, y a la consecución de un cambio social y educativo en nuestra sociedad, pero no sobre la base de lo que dijo o hizo Jesús. Porque Jesús no fue un pionero de la igualdad de géneros, fue un judío del s.I con toda la carga social y cultural que ello conllevaba.

 

 

 

En el próximo post iniciaremos un nuevo ciclo. Abordaremos cómo era la ciudad de Jerusalén en la época de Jesús y señalaremos algunos lugares históricos que deben conocerse. Algunos de ellos han sido incorrectamente interpretados, siendo un ejemplo de ello el via crucis, una procesión que hace ya tiempo se sabe que sigue una ruta errónea.

 

 

 

Un cordial saludo,

 

Jon C.

 

 


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