La Última Cena (y III)

 

Seguimos abordando el episodio conocido en el mundo cristiano como la Santa Cena. Entramos de nuevo en materia y respondemos hoy a las dos últimas preguntas que expusimos en el post anterior, con lo que terminaremos con esta serie. Empezamos por la primera:

 

 

 

La última cena en un fresco anónimo del s.II (Catacumba de Domitila, Via Appia Antica, Roma). Nótese que el número de discípulos es inferior al habitual.

 

            b) ¿Jesús predijo su muerte?

 

       Históricamente no suelen aceptarse las predicciones, visiones, profecías y este tipo de argumentaciones. Algunos autores aceptan que Jesús, hombre inteligente y consciente del peligro que corría en Jerusalén, tras lo sucedido en los últimos días (entrada, expulsión de los mercaderes, anuncio de la destrucción del templo, negativa a pagar el tributo a Roma, atracción de las masas,...), pudo prever – o intuir si se prefiere –, que corría peligro. Pero de ahí a saber que moriría crucificado en menos de doce horas dista un trecho demasiado grande. Para teólogo moderado Rafael Aguirre: “en un momento dado y viendo cómo iban las cosas, Jesús tuvo que contar con la posibilidad de su muerte violenta.” Y añade que: “es probable que, modificando su perspectiva primera, interpretase su muerte como un servicio para la llegada del reino de Dios.” La primera parte tiene visos de ser cierta, pero la segunda es muy opinable. De todas maneras, y como señala el mismo Aguirre, en el judaísmo no existía la idea del mesías sufriente. Jesús no pudo interpretar su muerte a la luz del mesías sufriente (Isaías, 53). Esto fue cosa de la Iglesia posterior. 

 

c) ¿Pretendía Jesús instituir un sacramento?

 

          Pablo, la fuente más antigua del NT, expresaba haber recibido la instauración de la ceremonia del pan y el vino del mismo Jesús. En efecto, él escribe sobre ella unos quince años antes que el primer evangelio (Marcos). Y en su carta, cuenta que ha recibido del Señor – se sobreentiende a través de una visión, como otras que ha tenido –, la instauración de la eucaristía: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” (1 Cor 11,23-26)

 

         Esto parece contradecir los evangelios sinópticos, donde se asegura que Jesús la instituyó mientras vivía y cuyos receptores fueron ‘los Doce’ (esp. Lc 22,19) y no Pablo. Es decir, que los discípulos no contaron nada de ello a Pablo, sino que este lo recibió de una visión del Jesús resucitado. Uno de los teólogos católicos más reconocidos, John Meier, trata de matizar esta postura, señalando que “en la mayor parte de estos casos no debemos decir que Saúl [Pablo] ‘cita’ las palabras de Jesús. Son más alusiones que citas…”. Pero este argumento es flojo. El especialista judío Hyam Maccoby ya señaló que en el tratado Abot (Padres) de la Mishná donde se dice que “Moisés recibió la Tora en el Sinaí y la transmitió a Josué” (Ab 1,1), se emplean los mismos términos de ‘transmitir’ y ‘recibir’, dando a entender claramente que Moisés la recibió de Dios.

'La última cena' (inicios s.VI), mosaico perteneciente a la Basílica de San Apolinar el Nuevo, Ravenna (Italia). Judas aparece al final, ligeramente separado del grupo. No aparece el cordero pascual pero sí los panes y los peces que, sin embargo, recuerdan otro conocido episodio. Algunos autores hablan de 'peces eucarísticos', pues se han visto en algún otro fresco paleocristiano.

          Por otra parte, la cita que Pablo atribuye haber recibido de Jesús tiene un paralelismo veterotestamentario con la celebración de la alianza al pie del Sinaí que dirige Moisés ante los 70 ancianos de su pueblo, y en donde se sacrifica la sangre de unos novillos que luego será derramada sobre el pueblo al son de: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros,...» (Ex 24,8, frag). Cf. con 1 Cor 11,25 frag.: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre...”. Pablo ve a Jesús como mesías y nuevo Moisés, que establecería o renovaría esta alianza (2 Cor 3,6). Sin embargo, como señaló el historiador judío Joseph Klausner, “es absolutamente imposible admitir que Jesús dijo a sus discípulos que debían comer de su cuerpo y beber de su sangre... El beber sangre, aunque no fuera más que simbólicamente, solo podía haber suscitado horror en las mentes de esos simples judíos galileos.” Por su parte, la teóloga alemana Uta Ranke-Heinemann añade una valoración importante al respecto, entendiendo el trasfondo de la Pascua. Así, la Pascua judía, inicialmente una fiesta de pueblos seminómadas dedicados a la ganadería que sacrificaban un cordero cuando el invierno cedía paso a la primavera, fue luego modificada por los hebreos en razón de un mítico pasado, narrado en el Éxodo, en el cual Dios los había liberado de un pasado de cautiverio en Egipto, con la sangre del cordero que habían usado para untar los postes y el dintel de las puertas de sus casas, y protegerlos así del ángel exterminador, lo que había llevado a la muerte solo a los primogénitos de Egipto (Ex 12). Teniendo presente este trasfondo, Ranke-Heinemann, señala con duras palabras que “esta idea macabra de que la sangre protege fue llevada luego en el cristianismo a su cima macabra con la interpretación de la muerte de Jesús.”

          Pero – y volviendo a la cita de Pablo sobre “la Nueva Alianza” –, que Jesús, un judío fiel a la ley, pretendiera además, con esta ceremonia, establecer una nueva alianza – como las de Noé, Abrahán, Moisés o Josías –, según reza la versión larga de Lucas (Lc 22,20), el evangelista que más de cerca sigue a Pablo, es difícilmente sostenible. Y aún menos estando el Reino de Dios tan cerca(!) es decir, si Jesús esperaba la llegada inminente del Reino de Dios, ello hacía innecesaria la institución de cualquier sacramento o de cualquier organización. En todo caso, estos se crearon como consecuencia de ese retraso inesperado del Reino. Pero sí encaja con el retrato paulino, que parece tener en mente al profeta Jeremías: “He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron  mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (Jer 31,31-33).  

 

Banquete funerario en un fresco anónimo encontrado en las Catacumbas de Marcelino y Pedro (Via Casilina, antigua Via Labicana, SE Roma). Los frescos de esta catacumba fueron limpiados y restaurados hace escasos años con técnica láser. El ágape funerario no debe confundirse con la eucaristía y debe su presencia en las catacumbas, posiblemente, a su relación con las antiguas comidas funerarias paganas. Las comidas cristianas en comunidad (no por motivos funerarios) eran habituales ya en el cristianismo de los primeros tiempos (1 Cor 11,17-34; Hch 2,42)

          Sin embargo, todo ello no acaba en el AT. Pues la eucaristía parece compartir esquemas con rituales de las religiones mistéricas (paganas), en los cuales el creyente participaba de la muerte y la resurrección del Dios, a través de la ingesta simbólica de su propio cuerpo y sangre. Y también, como explica el teólogo alemán Matthias Klinghardt, “la práctica del ágape cristiano primitivo tendría su razón de ser en las muy especiales condiciones históricas de la sociedad helenístico-romana”, haciendo alusión a los banquetes comunitarios que se celebraban en estas sociedades y que el cristianismo primitivo tomó como referencia, al realizar sus reuniones en casas privadas.

 

          Así pues, la crítica histórica considera, en general, que en la última cena existe una doble tradición o doble estrato. Como explica el filólogo especializado Antonio Piñero, por un lado está el relato del banquete mesiánico, (y no de una cena pascual como ya explicamos en el post anterior); y por otro, un segundo estrato que contiene las referencias a la eucaristía (Mc 14,22-24; Mt 26,26-28; Lc  22,15-20), y que tendría su base en Pablo (1 Cor 11,23-25). El primero podría ser auténtico, pero el segundo no es histórico. Los evangelios sinópticos – considerados de naturaleza paulina –, recogieron la interpretación paulina de la última cena. Recordemos que en el evangelio de Juan no aparece la ceremonia del pan y el vino, ni la institución de la eucaristía. Ni tampoco en la versión corta de este pasaje de Lucas (Códice Baeza), ni en los Hechos de los Apóstoles ni en la Didaché, una guía para las primeras comunidades cristianas de inicios del s.II. Estos dos últimos textos describen una comida comunal sin relaciones con la Pascua ni con los simbolismos de la Pasión, y donde se habla solo de “partir el pan”. Como señala el teólogo norteamericano John Crossan, a propósito de la Didaché (Did IX-X) “…se describe una comida comunal y ritual, que no presenta el menor rastro de estar relacionada, ni en sus orígenes ni en su posterior evolución, con la cena de Pascua, con la Última Cena, ni con el simbolismo de la Pasión. No me cabe en la cabeza que el círculo cristiano en que nació esta obra tuviera conocimiento de estos elementos y los pasara voluntariamente por alto… lo que habría ocurrido es que, a su muerte, algunos círculos cristianos se habrían inventado un rito como el de la Última Cena, en el que se combinaban esa comensalía, elemento presente ya en vida de Jesús, y la conmemoración de su muerte. Su difusión entre otros grupos cristianos habría sido más bien lenta. Así, pues, no podemos considerarla un hecho histórico que podamos utilizar para explicar la muerte de Jesús.”

Representación del banquete eucarístico, en un fresco anónimo de mediados del s.III encontrado en las catacumbas de San Calixto (Via Appia Antica, Roma).

 

          Resumiendo, y tomando palabras del mismo Piñero, “Pablo [y no Jesús] es el iniciador de una tradición propia, recibida directamente del cielo [en una visión] que interpreta una parte importante de la Última Cena como Eucaristía, afirmando que Jesús le ha revelado que la había instituido.” En la elaboración de la eucaristía, pues, parecen haber influido también la costumbre cristiana de comer en comundidad (partir el pan), algunos pasajes veterotestamentarios (vistos más arriba) entendidos según Pablo y, quizás, también, las religiones mistéricas. Obviamente, ello pone en aprieto a la Iglesia. Con el tiempo, además, la Pascua cristiana se diferenciaría voluntariamente de la pascua judía, y pasaría a celebrarse en domingo – y no en shabbat –, en un nuevo día dedicado al Señor. El cristianismo, antigua secta dentro del judaísmo, se separará así de su matriz judía.

 

En el próximo post abordaremos el Nuevo Testamento a través de preguntas sencillas: ¿Qué es? Cuando se escribió? ¿Por qué se escribió? ¿Qué textos existen?,...

 

Un saludo,

Jon C.


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Comentarios: 1
  • #1

    Luis (martes, 07 marzo 2023)

    Muy bueno , entonces la con luces es que la instituyo psblo