Los Evangelios Canónicos

Iniciamos hoy una serie de artículos sobre los evangelios canónicos. Dedicaremos unos primeros posts a valorarlos en su conjunto y otros donde abordaremos a cada evangelio por separado.

 

'Los cuatro evangelistas' (c.1614), obra barroca del pintor flamenco Peter Paul Rubens. La iconografía cristiana, como puede verse en el cuadro, relacionó cada evangelista con un emblema: león, toro, ángel o águila. Lo veremos en seguida.

      

         La palabra evangelio es traducción del vocablo griego evaggélion, que significa buen mensaje o buena nueva (buena noticia). El vocablo aparece al inicio del evangelio marcano, pero ya antes lo encontramos en las cartas auténticas de Pablo (Rom 1,1; 15,16; 1 Cor 9,12; 2 Cor 2,12,…). El profesor Jesús Peláez aclara que “la palabra es de origen persa y aparece desde Homero (s.VIII a.e.c.) con el significado de propina o recompensa que se daba al mensajero que traía una buena noticia”. La palabra canónico proviene del griego canon (‘medida’, ‘regla’, ‘norma’), y con ella se hace referencia a los escritos que pasaron a ser reconocidos como oficiales dentro de las Iglesias cristianas. Entre estos escritos existen solo cuatro evangelios que se conocen como canónicos (oficiales). Avanzado el s.II empezaron a aparecer muchos otros evangelios, la mayoría muy fantasiosos, que no fueron reconocidos por la Iglesia, y que son conocidos como apócrifos (‘ocultos’).  

 

          Los evangelios no son documentos que pretendan ser una reconstrucción histórica de unos hechos, sino que son testimonios de una fe escritos por creyentes convencidos. Para un historiador son documentos históricos, en tanto que son testigos de una comunidad humana que es producto de una época histórica determinada. Y como tales deben estudiarse. Pero los evangelios no surgieron de forma repentina tal y como se conocen hoy en día, sino que son fruto de una evolución temporal, que los investigadores suponen que fue relativamente larga y laboriosa, y del contexto heterogéneo del judaísmo primitivo. Lucas, por ejemplo, es el único evangelista que explica en su prólogo, que ya antes de escribirlo había “muchos [autores que] emprendieron la tarea de poner en orden un relato sobre los hechos [de Jesús]” (Lc 1,1-4 frag.). Él se dedicó a recopilar y a estudiar las fuentes disponibles antes de poder escribir el suyo. Marcos es el único evangelista que empieza su obra con la palabra evangelio (Mc 1,1: “principio del evangelio de Jesús el Cristo, hijo de Dios.”) y Juan sustituyó evangelio por martiria (en griego, ‘dar testimonio’). Sin embargo, a partir del s.II se llamará ‘evangelio’ a todos estos escritos.

 

La iconografía cristiana prontamente (quizás s.VI) empezó a representar a cada evangelista con un emblema o símbolo. Así tenemos: a Mateo, con un ángel (según otros, un hombre alado); a Marcos, con el león; a Lucas con el toro o buey; a Juan con el águila. Tal asociación podría relacionarse con el inicio de cada obra -aunque existan otros significados- o bien con algún pasaje bíblico (Ez 1,10; Ap 4,7): Mateo empieza así con la genealogía de Jesús, llena de personajes ilustres y santos; Marcos empieza con Jesús predicando en el desierto, lugar de residencia de animales salvajes. Lucas empieza en el templo, donde el máximo sacrificio era el de un buey o toro. Y Juan, porque, como muestra ya su prólogo, es un evangelio muy espiritual; de ahí el águila, que 'habita' en el cielo.

Placa de marfil con el agnus Dei (cordero de Dios) en el centro de una cruz, y representación tetramórfica de los cuatro evangelistas (s.XI). Metropolitan Museum, New York.

        

         Muchos estudiosos han intentado, partiendo del texto evangélico actual, retrotraerse hasta el texto original, es decir, aquel texto más próximo a las verdaderas palabras y auténticos hechos de Jesús. Esta es una labor extremadamente difícil, si no imposible. Aunque no se sabe cómo transcurrió con exactitud el proceso de elaboración de los evangelios, se puede dar una explicación aproximada de cómo pudo suceder. Aquí lo haremos de forma esquemática para que su exposición resulte más sencilla:

 

         Los discípulos de Jesús, probablemente, y no solo el grupo de los Doce, transmitieron oralmente sus recuerdos sobre su maestro. Para el profesor de griego neotestamentario Antonio Piñero, “no hay argumentos serios para postular que la tradición oral estuviera realmente controlada por nada ni por nadie.”  Para el teólogo protestante E. P. Sanders, la parte positiva fue la preservación de tales sucesos, pero la negativa fue que se descontextualizaron, pues las palabras y las obras de Jesús se metieron en el contexto de la predicación y la enseñanza hacia nuevos conversos.

 

Para el teólogo sueco Birger Gerhardsson, que fue profesor de NT en la Universidad de Lund (Suecia), para entender este proceso se debía conocer el antiguo sistema judío de enseñanza. En él, los discípulos se reunían entorno a un maestro, a veces incluso en su misma casa – de ahí que a veces se utilizara la expresión ‘la casa de Hillel’ o ‘la casa de Shammai’ para referirse a los seguidores de estos célebres rabinos de inicios del s.I –, y estudiaban siguiendo unos principios: el principal era la memorización, para el cual era importante el uso de la repetición del pasaje estudiado, a menudo en voz alta, recitando de forma rítmica y melodiosa.

 

Ahora bien, Jesús y los discípulos estaban convencidos de que el Reino de Dios iba a llegar de forma inminente – y, para algunas comunidades cristianas, de que Jesús volvería (la llamada parusía) para terminar con su misión –, por lo que inicialmente no habría necesidad de fijar por escrito sus recuerdos. En palabras del teólogo protestante Martin Dibelius: “una comunidad de hombres iletrados y que esperaban de un momento a otro la llegada del fin del mundo, ni era capaz ni se sentía inclinada a la producción literaria.” Por la misma razón, es improbable que Jesús enseñara a sus discípulos pensando que estos deberían prodigar sus enseñanzas tras su muerte; aunque quizás sí para que lo hicieran, como señalaron Schürmann y Gerhardsson, cuando marcharan en misión a predicar (misión de los Doce: Mc 6,6-12 y par.). Sin embargo, deseamos añadir que, una vez más, parece quedar en el olvido que Jesús (y algunos de sus discípulos mayores) fueron, a su vez, discípulos del Bautista; lo que obliga a preguntarse en nuestra opinión, no tanto en el origen de las parábolas o dichos del Nazareno, sino de donde procede el núcleo y/o el origen de su mensaje.

 

'Los cuatro evangelistas' (1620-25), obra barroca del pintor flamenco Jacob Jordaens. El pintor los imagina a todos ancianos y con barba, excepto a uno, un joven imberbe, quizás porque lo relacionó con el discípulo Juan. Hoy se sabe con seguridad que el evangelio joánico (así como los otros) no pudieron ser obra de discípulo alguno de Jesús. (Musée du Louvre, Paris).

         

          Retomando el punto anterior: como el reino no llegaba ni tampoco el regreso de Jesús, unido todo ello tal vez, a que algunos de los discípulos de Jesús irían muriendo, las necesidades de la predicación hicieron poco a poco que algunos de estos recuerdos empezaran a anotarse por escrito, aunque de forma muy sencilla, agrupados en pequeñas unidades individuales formadas por pasajes cortos sobre las obras y dichos de Jesús. Estas pequeñas unidades reciben el nombre de perícopas (lit. ‘corte’, ‘sección’). La génesis de la fuente Q (de la que hablaremos en un próximo post), un texto primitivo que compila partes comunes de los evangelios de Mateo y Lucas, debió de formarse a base de colecciones previas de sentencias de Jesús.

 

          Con el tiempo, estas pequeñas unidades se recopilarían en agrupamientos mayores basados, probablemente, en unidades temáticas (debates sobre la ley, curaciones, cuestiones de ética, parábolas sobre el Reino de Dios,…), y que se denominan hojas volantes. Algunas de estas se leerían en las primitivas actividades litúrgicas. En palabras de Dibelius: “Lo que hizo que los cristianos que sabían cosas sobre Jesús dieran forma a sus conocimientos y se preocuparan de transmitirlos según un plan no fue el interés por las generaciones futuras, ya que estas no preocupaban para nada a unos hombres inmersos en la expectativa de un final inmediato. Lo que les llevó a dar forma concreta y a transmitir el material fue más bien la actividad de propaganda a que se sentían obligados, es decir, la misión.”

 

          El tiempo continuó, los discípulos predicaban en misión pero otros murieron, algunos martirizados, lo que apremió la necesidad de fijar los textos. Es posible que estos relatos se juntaran para formar un evangelio rudimentario, un protoevangelio, uniendo varias perícopas que incluirían ya un final con el prendimiento, juicio y ejecución de Jesús. Aunque no todos los autores aceptan este punto, sí se considera que hubo de formarse bastante primitivamente un relato de la Pasión, tal vez en Jerusalén.

 

        Finalmente, explica Sanders, incorporando nuevas unidades o material, y usando conexiones del tipo ‘y a continuación’, o ‘al atardecer’ o ‘y luego’, para enlazar las distintas unidades, se confeccionó un primer evangelio, el de Marcos. En opinión del teólogo protestante Willi Marxsen, uno de los fundadores de la metodología de la historia de la redacción, “la historia de la pasión constituye la primera parte fijada por escrito de la tradición acerca de Jesús. Esta tradición después ha crecido hacia atrás, retrocediendo en el tiempo. Esto es válido por lo menos para el evangelio de Marcos(...) De modo que Marcos coloca delante de la historia de la pasión la tradición de Jesús y delante de esta la del Bautista.”

 

          Sin embargo, el rol de los evangelistas no se limitó a unir fragmentos, sino que recopilaron las fuentes para luego seleccionar unas y excluir otras, o modificaron algunos pasajes, hicieron interpolaciones, etc. Y escribieron “a la luz de la resurrección”. Y esto significa, como explica el teólogo y exegeta católico Juan Mateos “que la vida y muerte de Jesús están vistas a la luz de la experiencia que la comunidad tiene de Jesús vivo y presente en ella.” 

 

También se han relacionado estos emblemas con pasajes bíblicos:

- "En cuanto a la forma de sus caras, era una cara de hombre, y los cuatro tenían cara de león a la derecha, los cuatro tenían cara de toro a la izquierda, y los cuatro tenían cara de águila." (Ez 1,10)

- "El primer Viviente, como un león; el segundo Viviente, como un novillo.; el tercer Viviente tiene un rostro como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo." (Ap 4,7)

 

Tabernáculo de la Catedral Nacional de Washington, EEUU. (Inicios s.XX)

      

        Sin duda, el retraso de la llegada del Reino de Dios y el alargamiento del llamado Zwischenzeit (el tiempo intermedio entre la resurrección y la venida de Jesús como juez o parusía), fue un factor que influyó en la redacción de los evangelios. En este tiempo medio surgieron maestros o profetas en las distintas comunidades que, inspirados por el espíritu, podían alterar o modificar el mensaje de Jesús.  Así pues, en todo este proceso desde la transmisión oral a la escrita, como señala Piñero, “es necesario mencionar también la labor de reelaboración que de los dichos de Jesús realizaron los profetas cristianos, quienes hablaban inspirados por el mismo espíritu del Maestro [Jesús]”. Por un lado pudieron modificar, según sus propias ideas o visiones, algunos dichos de Jesús; pero por otro, favorecieron que esa tradición subsistiera. Información sobre estos profetas aparece recogida en los Hechos (Hch 11,27-28,…), algunas cartas paulinas auténticas (1 Cor 12,10,…; 1 Tes 5,20) y alusiones en el Apocalipsis (Ap 10,11). Pero también se citan en el evangelio de Mateo (Mt 7,22-23; 10,41; 23-34), lo que significa que el evangelista retroproyectó la situación de su evangelio a la época de Jesús.

 

          Después del evangelio de Marcos llegarían los evangelios de Mateo y Lucas por una vía similar, compartiendo una fuente común entre ellos (la llamada Fuente Q), muy antigua, y también contando con tradiciones propias, llamadas por convención tradición M y tradición L, respectivamente; pero teniendo como referencia el evangelio de Marcos. Pues resulta obvio que no solo usaron su material, a veces reelaborándolo, sino que intentaron corregir algunos de los puntos que no quedaban claros en Marcos, por ejemplo la resurrección (ej: Mc 16,8 cf. Mt 28,8). Estos tres evangelios recibieron por su parecido el nombre de sinópticos (palabra que procede de la unión de dos vocablos griegos ‘ver’ y ‘junto’: porque pueden ser leídos en conjunto debido a sus abundantes semejanzas). El evangelio de Juan surgió una generación más tarde, y aunque contó con alguna fuente propia, especialmente en el caso de la Pasión, es muy probable – aunque no todos los estudiosos lo acepten –, que su autor tuviera conocimiento también de los sinópticos, aunque reelaborara parte de su material con una teología más evolucionada, sustituyendo, por ejemplo, las parábolas por largos discursos, disminuyendo la importancia de Juan el Bautista sobre Jesús al eliminar el bautismo(!), eliminando los exorcismos, disminuyendo el mensaje de la llegada del Reino de Dios (citado solo en Jn 3,3-5) y destacando el rol de planificación divina de salvación universal por la vía de la expiación. La gran mayoría de autores (Schweitzer, Vermes, Sanders,… por citar algunos) coinciden en que la enseñanza del Jesús histórico debe buscarse en los sinópticos y no tanto en Juan, que es fruto de una teología avanzada.

 

Continuaremos.

Un saludo,

Jon C.


Escribir comentario

Comentarios: 0