Los Evangelios Canónicos (IV)

 

Terminamos hoy con esta serie de cuatro posts dedicados a los cuatro evangelios normativos para las iglesias cristianas mayoritarias. Al final, una breve síntesis de cada uno de ellos.

 

 

 

 

'Los cuatro evangelistas' (c.1614),  óleo del pintor barroco Pier Paul Rubens. De nuevo cada evangelista etiquetado acorde a su simbología: Lucas el toro, Marcos el león, Juan el águila y Mateo con el ángel.

 

 

Los cuatro evangelios fueron, con bastante seguridad, anónimos casi desde el principio. Ninguno fue escrito por discípulos directos de Jesús, sino por autores de las siguientes generaciones de cristianos. Cada evangelio fue compuesto por un miembro destacado de un grupo cristiano importante. Más tarde, la tradición eclesiástica [el obispo Papías de Hierápolis en el s.II] les asignó un autor (Mateo y Juan serían miembros de los Doce, mientras que Marcos y Lucas serían, respectivamente, compañeros de Pedro y Pablo). Como resume el profesor Antonio Piñero, catedrático emérito de filología neotestamentaria de la UCM, “estos [miembros de un grupo cristiano] se consideraban tan unidos a su maestro ya fallecido, tan imbuidos de su espíritu (…) que no dudaron ni un momento en escribir en nombre de ellos, dotando de más autoridad su pluma”. Entre las características para que un evangelio fuera aceptado oficialmente era que su autor fuera tenido por un discípulo de Jesús o bien, un discípulo de un discípulo directo del mismo.

 

           La Iglesia, aunque haya favorecido tradicionalmente al evangelio de Mateo (en parte porque es el único que incluye la palabra ekklesia (‘asamblea’) en una celebérrima cita jesusiana: Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiré mi iglesia, y las puertas del Hades [infierno] no la vencerán.”, Mt 16,18), nunca se ha pronunciado por ningún evangelio considerándolo más original o verídico. La Iglesia Católica acepta estos cuatro evangelios como textos escritos por inspiración divina (o teopneustia: de theos, ‘Dios’, y pneuma, ‘aliento’, cf. 2 Tim 3,16), y en parte por ello, nunca se ha decantado por ningún texto en particular. En una carta sobre ‘la interpretación de La Biblia en la Iglesia’, pronunciada por el mismo papa Juan Pablo II en abril de 1993, la Pontificia Comisión Católica subrayaba las palabras de uno de los documentos aprobados en el Concilio Vaticano II (1965) bajo el papa Pablo VI, la Dei verbum: "En los Libros sagrados (…) el Padre, que está en el Cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente limpia y perenne de vida espiritual".

 

'Los cuatro Evangelistas' (s.XVII), obra también de P. Rubens. No es infrecuente que un pintor retome un mismo tema. (John and Mable Ringling Museum of Art, Sarasota, Florida)

 

En ello se constata la creencia de la Iglesia Católica en la inspiración divina como fuente primaria de los evangelios. Pero ya hemos dicho que, históricamente, esto no se acepta. Además, los evangelios contienen errores (por ejemplo, errores geográficos como el de cuando Jesús se dirige desde Tiro a Galilea pasando por la Decápolis, Mc 7,31), relatos fantasiosos (cuando numerosos espíritus impuros son transferidos a dos mil cerdos y estos se precipitan al mar, en una zona donde, además, tampoco hay mar, Mc 5) o diferencias irreconciliables (los dos relatos de la infancia, o los relatos de la resurrección). Un célebre padre de la iglesia, Orígenes (ss.II-III, el único no santificado), aunque admitía la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, reconocía que contenían “entretejidos [relatos] que no habían ocurrido nunca”, y “aceptaba alegorías en el NT”. (Tratado de los principios IV,3,1). Él y Tertuliano (quien hacia el final de su vida entró en la secta de los montanistas) son los únicos padres de la iglesia que no han sido canonizados.

 

          El arqueólogo cántabro J. González Echegaray refería que “Los evangelios reflejan, sobre todo, la distinta situación de las Iglesias cristianas del siglo I, con sus problemas peculiares de creencias, decepciones, exigencias morales, tensiones con la situación ambiental, etc. En ellos, la figura central es, desde luego, el Cristo de la fe, el Señor resucitado, pero no tal y como sus discípulos le vieron durante su vida mortal, sino en una visión retrospectiva desde su actual confesión de fe, de su experiencia pascual como testigos del Resucitado. Este testimonio vivido en distintas comunidades es el contenido de la versión actual de los evangelios.” Geza Vermes, historiador judío especializado en judaísmo antiguo y en la figura de Jesús, explicaba que “los evangelistas escribieron sus obras para aquellos contemporáneos a los que intentaban convencer de que abrazaran el cristianismo, o para personas que ya eran miembros de sus iglesias. En otras palabras, o bien predicaban para convertir o bien predicaban a los conversos.”

 

          Así, cada uno de los evangelios canónicos representa una visión parcialmente diferente, al representar cada uno una comunidad cristiana distinta, aunque los cuatro escritos fueran de orientación paulina, como ya dijimos. Recuérdese que las cartas de Pablo – escritas en los años 50’ – son anteriores a los evangelios – escritos estos  entre los años 70-100, aunque hubieran usado alguna fuente más antigua, como es el caso de la fuente Q, de la que también ya hablamos, o un primitivo relato de la pasión que ya circulara –.

 

           Veamos una brevísima síntesis de cada evangelio:

 

'San Marcos' (1771), obra tardobarroca del pintor aragonés Francisco Bayeau y Subias. Nótese el león, al pie. (Museo del Prado, Madrid).

 

           El evangelio de Marcos, escrito hacia los años 70-75, iría dirigido a los paganocristianos, es decir, a aquellos paganos (no judíos) que se convertían a la nueva religión y que no sabían nada o poca cosa del judaísmo. Al respecto, Marcos algunas veces explica costumbres judías para hacerse comprensible. Además, era importante que los romanos distinguiesen bien a los judíos seguidores del Jesús mesías, de los judíos, pues estos últimos eran los responsables de la sublevación contra Roma (primera guerra judeorromana, 66-70). Es más, los (judeo)cristianos se presentaban así respetuosos con Roma, e incluso se mostraba que Pilato mismo había sido favorable a liberar a Jesús. En el evangelio Jesús hace hincapié en no dejarse engañar por falsos profetas que vendrán en el futuro, y se piensa que esa podía ser la realidad de la comunidad en la que vivía el evangelista Marcos y que este reprochaba (Mc 13,5-7). Autores modernos consideran que el texto se escribió en Roma, aunque no todos (también se ha propuesto Galilea o Siria). Sus últimos versículos, el llamado apéndice de Marcos (Mc 16,9-20), son un añadido posterior que proviene de otra mano que copia en conjunto el final de Mateo; porque en ciertos manuscritos antiguos no aparece este final. Ello debe recordarse a la hora de entender la resurrección.

 

 

'San Mateo' (1771), obra tardo barroca del pintor aragonés Francisco Bayeau y Subias. Adviértase el ángel a su izquierda. (Museo del Prado, Madrid).

 

      El evangelio de Mateo, escrito hacia los años 80, sería el más acorde con las ideas del grupo de discípulos directos de Jesús, e iba así dirigido a los judeocristianos, es decir, a aquellos judíos que se “convertían al cristianismo” manteniendo sus prescripciones judías (shabbat, medidas alimenticias,…) y defendiendo la integridad de la ley mosaica (Mt 5,17-20). Es más, Jesús insiste en predicar solo a los judíos (Mt 10,5-6). Sin embargo, en cuanto a la salvación, sigue la doctrina paulina del sacrificio salvífico de Jesús como redención para la humanidad. La base para la “creación” de una Iglesia liderada por Pedro, su carácter doctrinal (con grandes discursos para la enseñanza), así como la base para la proclamación del dogma trinitario al final de la obra (Mt 28,19), han convertido este evangelio en el de mayor uso por parte de la Iglesia en general. También Mateo aprovecha para eliminar momentos incómodos, por ejemplo omitiendo el pasaje donde la familia de Jesús consideraba que este estaba “fuera de sí” (Mc 3,21). El lugar de composición del texto no es claro, pero una mayoría de autores parece considerar Siria, quizás en la misma Antioquía del Orontes, cuna paulina.

 

'San Lucas' (1771), obra tardobarroca del pintor aragonés Francisco Bayeau y Subias. Nótese el buey detrás. Lucas, patrón de los pintores, sostiene un lienzo religioso en la mano. (Museo del Prado, Madrid).

 

         El evangelio de Lucas, escrito hacia los años 80-85, iría dirigido a los judíos helenizados, es decir a aquellos judíos que vivían la mayoría en la diáspora (fuera de Israel), y que habían adoptado muchas de las influencias griegas, entre ellas, el idioma. Señala el mismo A. Piñero que este evangelio recalca el valor de la ley mosaica hasta la llegada de Jesús, pero que a partir de él, la salvación se logra solo por la fe en Jesús. Por eso, aquellos que quieran mantener las costumbres judías pueden seguir haciéndolo, pero sin ser obligatorio para los demás (los no judíos). Las dos comunidades son en realidad una. Su lugar de composición se desconoce y se han propuesto varios, la mayoría en la diáspora (Asia Menor, Grecia,…). Tradicionalmente se ha considerado que los Hechos de los Apóstoles son la continuación de este evangelio, escrito por el mismo autor un tiempo después (ver por ejemplo la misma dedicación a Teófilo en Lc 1,3 y Hch 1,1), pero ello está últimamente en revisión. Hay pros y contras, e incluso la fecha propuesta para los Hechos se ha retrasado de los años 90 hasta los 110 o algo más años.

 

'San Juan' (1771), obra del pintor aragonés Francisco Bayeau y Subias. Con el águila al pie. (Museo del Prado, Madrid).

 

    El evangelio de Juan, escrito más tardíamente, hacia el año 100, y por tanto, por una generación posterior, estuvo constituido por un grupo cristiano más marginal pero con una teología muy desarrollada y que transformó, inspirado por el Espíritu, la figura de Jesús con una imagen mística y profunda. Y hasta ciertos elementos del gnosticismo son presentes en el texto (la dualidad luz-oscuridad…). En Juan, Jesús aparece como un ser totalmente divinizado pero ya desde los inicios de la creación. Jesús aparece así muy superior a Moisés, Elías y a otros personajes que ascendieron a Dios, pues él ha descendido previamente ya del Cielo (Jn 3,10-15; pero también Jn 5,19; 8,28-29; 12,49; 17,5). Los sacramentos como el bautismo – que causaba problemas a la iglesia primitiva – o la eucaristía desaparecen. El capítulo 21, el último, que introduce la primacía de Pedro, es considerado un añadido redactado a posteriori (s.II), elaborado quizás en base al relato de Mateo que ponía a Pedro como jefe de la iglesia cristiana. Nótese al respecto que en este evangelio joánico el discípulo principal es el discípulo amado (Jn 21,20-25, al que vemos como testigo directo de la resurrección en Jn 19,35), y no lo es Pedro, lo que no encaja pues con la tónica que lleva el escrito. Su lugar de composición no es claro tampoco y se han sugerido varios: Éfeso (Asia Menor), Siria, Alejandría o incluso Samaria, al estar bien retratada aquí.

 

Saludos,

Jon C.

 

 


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